Corman se atreve a rodar una película sobre la droga del momento, el LSD, nunca rodada antes. Un auténtico viaje al subconsciente en busca de sensaciones inexploradas en plena década de los sesenta. Una cinta de culto tan experimental como frenética.
Un director de anuncios para la televisión acaba de romper su relación matrimonial y se embarca en un viaje para encontrarse a sí mismo. Su psicoanalista le aconseja meterse bajo los efectos de la droga LSD y comienza la locura surrealista de los efectos de su dosis.Guion de Jack Nicholson que produce y dirige Roger Corman. Un experimento de montaje frenético en el que predomina un color a toda mecha, figuras psicodélicas, música disco-funcky, imágenes subliminales y un sinsentido de personajes que pretenden transmitirte el colocón del protagonista.
Peter Fonda deambula por las escenas entre locura y paranoia, absorbido por situaciones que se escapan de su cerebro y lo distorsionan de la realidad. Bruce Dern siempre atento a los desvaríos de su paciente y amigo. Susan Strasberg omnipresente en el metraje dando rienda suelta a fantasías y deseos que se enlazan con recuerdos en la cabeza del drogado personaje que da vida Peter Fonda. Dennis Hopper es el centro carismático de la fiesta psicodélica. Todos ellos sin valor interpretativo, el peso de la obra recae sobre otra cosa, y esa cosa es Roger Corman.
En una época en que el tempo en el cine era más pausado, Corman nos fusila una y otra vez con vertiginosas tomas, luces y colores chillones, nos taladra la cabeza hasta quedar exhaustos, generando una resaca monumental cuando acaba la película.
A recordar esa escena de sexo mareante entre luces proyectadas sobre cuerpos que se funden en placer y fantasías. La huida de Fonda tras ver la sien destrozada de Dern. Y ese final explosivo que te deja taquicárdico.
Un guion simple que pretende experimentar desde la cámara y el cine de serie B de Roger Corman. ¿Son estos los cimientos de Easy Rider?
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